sábado, 8 de noviembre de 2008

CUENTOS INEDITOS CHILENOS-POR ESAS COSAS DE LA VIDA

Otro de los cuentos de don Rigoberto Acosta, este intimamente ligado a su profesión de años ya como cartero en el correo de su querida ciudad de Lota

En 1995, mientras los carteros del correo de Lota, seleccionaban y ordenaban la correspondencia, uno de ellos preguntó -¿quién lleva Lautaro 5190? , -no existe número en mi calle dijo uno, otro agrega –aquí en Lota no hay números tan grandes; hay que devolverla al remitente no más; un tercero pregunta ¿a quién va dirigida? a María Ríos Ríos… en ese mismo instante el cartero Luis , quien hasta ese momento estaba con su vista puesta en el techo, como tratando de recordar algo, dijo -esperen, me suena ese nombre, pero en la población Lautaro, en el sector uno, ¡ah¡ dice el cartero más antiguo del grupo, déjame ver la carta; claro que sí, aquí quisieron poner Lautaro, sector uno casa 90; lo que parece 5, en realidad es una letra “S”,tienes razón dijo Luís. Entonces la llevaré “en consulta”.

Como a la mitad de su recorrido habitual, Luis llegó a la dirección mencionada. Estaba ansioso por salir de dudas con la cuestionada carta, -Por lo general a ese domicilio no llegaba correspondencia- él toca moderadamente la puerta, en el umbral aparece una joven de unos 18 años -Buenas tardes- saluda Luis, -una consulta, ¿vive aquí la señora o señorita María Ríos Ríos?, ¡ah¡ dice ella “la María“, eh… espere… al momento aparece una señora de unos 50 años, ¿busca a la María?, preguntó con voz chillona, -en realidad traigo esta carta con una dirección un tanto confusa, que podría ser de ella - bueno, responde la mujer, sea de ella o no, da lo mismo, ya no vive aquí, hace como dos años que se fue para Coronel, y sin disimular su curiosidad pregunta: Pero…, ¿se puede saber quién manda la carta? Luis lee el remitente y, con voz clara y sugerente, dice: la envía Filomena Ríos. Al momento, el rostro de la mujer se desfigura y, en tono despectivo y dirigiendo su rostro hacia el interior de la casa y sin moverse de la puerta, dice en voz alta: ¡mira Juana ¡, después de 20 años la “perra” se acordó que tenía hija; ¡bah¡ le contestan de adentro, a buena hora se acordó, “la mamá del año”, jajaja; agrega,-descorazonada la infeliz-. Luis se incomoda y, tratando de tomar el control de la situación, mirando la carta pregunta -¿qué posibilidad existe de que se la hagan llegar a Coronel?-¡No¡, ¡no¡, ¡no¡, ¡ninguna¡, no queremos saber nada con esa desgraciada que dejó a su hija abandonada cuando apenas tenía dos años, y nunca más apareció. ¡Llévesela!, Luis asiente con la cabeza y, mientras se despide, con voz amable y resuelta- me llevo la carta pero, por esas cosas de la vida, si lograran comunicarse con ella, díganle que mantendré la carta en el correo por 30 días, si es que le llegara a interesar. Luis continuó con su trabajo; la rutina de reparto había perdido sincronización, la escena vivida le había dejado muy preocupado y, además sin haberlo pensado, había ofrecido algo que quizás no era lícito, ya que lo correcto era que esa carta se devolviera al remitente, con la nota correspondiente -“se cambio de domicilio”-. Pero por alguna extraña razón, Luis intuía que esa carta tenía que llegar a su destinataria., se sentía sin saber por qué, parte de esta historia. Además, pensaba en esa mujer que había dejado abandonada a su hijita tan pequeña y se preguntaba -¿qué le mandará a decir después de tanto tiempo?-, ¿habría tratado de comunicarse antes con su hija?, ¿por qué no había venido a buscarla?

Al día siguiente y habiéndolo pensado mucho durante la noche, a primera hora Luis se acercó discretamente donde la señora Verónica (funcionaria que atendía la ventanilla), con quien mantenía una buena amistad, y que se caracterizaba por su sensibilidad, y sobre todo por su discreción, por lo que no dudó en contarle con detalles la singular experiencia vivida, solicitándole además, mantuviera bajo su resguardo esa carta, por si aparecía la dueña. La señora Verónica se conmovió con el relato, miró a Luis con una expresión indefinida, etérea, ella sabía que no era ético acceder a tal petición pero, sin embargo, se podía percibir en su mirada, que no quería estar ajena a esta singular situación. Aún sabiendo que se exponía a una sanción, al igual que Luis, con una resuelta expresión dijo - no se preocupe don Luis, haré lo que esté a mi alcance y, como sabe, a lo mejor Dios en su buena voluntad permite que esta carta sea entregada.

A los pocos minutos de esta escena, Luis retomó su labor habitual de ordenar la correspondencia del día. Todo parecía normal, hasta que uno de los carteros se acordó de la carta en cuestión. -¿Y cómo te fue con la carta, era de ahí?- ¡ah!, espetó Luis, efectivamente era del sector uno casa 90, pero la persona hace como dos años que se había cambiado de domicilio, al parecer vive en Coronel, pero desconocen el domicilio exacto, además hay una historia bien particular, de todas formas, le dejé la carta a la señora Verónica, por si aparece la dueña. -uhm, estamos mal pues Luis, replicó el más antiguo, agregando -tú sabes que el reglamento indica que en estos casos se debe enviar la carta al remitente, ojalá no tengas problemas-. Los demás carteros guardaron silencio, pero miraron como cuestionando la decisión, y Luis así lo percibió y guardó silencio.

Pasaron aproximadamente 15 días, el asunto de la carta estaba casi olvidado. Ese lunes, la señora Verónica , apareció como de costumbre saludando a todos y, haciendo un gesto a don Luis, le llama aparte, con una alegría un tanto retenida, dijo en voz baja usted no se imagina lo que ocurrió el sábado, después que usted salió con su reparto, como a las 11:30, apareció la dueña de la carta. Luis -frunciendo el ceño- preguntó: ¿que carta?, reaccionando de inmediato con mirada expectante dijo- cuente, cuente-,-como le decía, vino la María Ríos y me contó que casualmente se encontró en la feria con una tal Juana, quien le dijo algo sobre la carta, así que vino de inmediato, eso sí que para entregársela, le pedí identificación, además le pregunté si conocía el remitente, sabe don Luis, ella estaba ansiosa por recibir la carta, además noté que estaba a punto de llorar, apenas se la di se fue apresurada, dándome las gracias no sé cuántas veces.

-Como ve, ya se cumplió el objetivo-. Luis estaba muy contento y emocionado e, incluso sus ojos se humedecieron, sin decir muchas palabras agradeció a la señora Verónica, sus miradas se cruzaron evidenciando complicidad y satisfacción.

Como a un mes de lo relatado, en los momentos en que Luis regresaba de su reparto, miraba hacia la ventanilla para hacer el saludo correspondiente a la señora Verónica, no como en las mañanas, sino en un tono mas bajo, reflejando el cansancio de la jornada. Ella, en lugar de responder, con una expresión de ansiedad y alegría le dijo, - don Luis ahí lo están esperando-, él miró hacia el fondo del hall y, con extrañeza, vio a dos mujeres que le sonrieron, la mayor sostenía un bebé entre su brazos. El se acercó y trató de identificarlas como clientes habituales de su reparto, pero en realidad no las reconoció. Con voz amable dijo - Si, díganme-, las dos mujeres esgrimieron una tímida sonrisa, la más joven dijo con voz temblorosa, pero alegre –usted no nos conoce, le venimos a agradecer que no haya devuelto la carta, la señorita de la ventanilla nos explicó lo que ustedes hicieron, no sabe cuánto se lo agradecemos, por fin pude conocer a mi mamá, ella me ha explicado muchas cosas que yo ignoraba-, mientras hablaba, la “abuela” abrazó tiernamente al bebé. En su rostro se reflejaba una enorme alegría, sus ojos no fueron capaces de retener las lágrimas. Ella miró al bebé y luego a su hija, en ambas Luis percibió una contemplación difícil de describir, pero pudo apreciar un amor que fluía con fuerzas de sus corazones y, que esperan, en alguna medida, recuperar ese enorme tiempo que estuvieron sin verse y sufriendo ambas un alejamiento que, sólo Dios sabe el por qué ocurría .- Usted no sabe cuantas esperanzas había depositado en esa carta, dijo la mujer mayor - le pedí a Dios de todo corazón que mi hija la recibiera, porque al leerla yo estaba segura que me perdonaría, y no estaba equivocada-, al decir esto, nuevamente miró a su hija y a la criatura y, de manera espontánea se confundieron en un abrazo y estallaron en un llanto que procuraron disimular, (seguramente por el público que estaba entrando y saliendo de la oficina) Luis no atinó a decir nada, su corazón latía con rapidez y, sin darse cuenta, también se vio involucrado en esta emotiva escena, sus ojos ardían; estaban brillosos, trató de no parpadear pues de hacerlo, sus lágrimas caerían por los surcos de su rostro, pero por más que lo intentó, le fue imposible. Secándose discretamente, intentó decir algo, pero su voz se negó a salir. Las mujeres permanecían abrazadas, ya no eran necesarias las palabras, sus rostros lo decían todo, Luis sin reponerse de su emoción pensó que nunca había sido testigo de algo semejante, en donde una vez más el amor verdadero triunfaba, reflejándose vívidamente en estas humildes hijas del carbón. Aún con sendos pañuelos en sus manos, las mujeres se despidieron afectuosamente de Luis, él agradeciendo el gesto correspondió de la misma manera, luego dirigió la mirada a su “cómplice” quien, pese a la distancia, al parecer no se había perdido detalle de lo sucedido. Con sus ojos llenos de lágrimas le sonrió y, en sus miradas, parecen decir: “Así lo quiso Dios. “

Autor: Rigoberto Acosta Molinet

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